domingo, 20 de enero de 2013

Me mudé a una kommunalka


Empecé el 2013 con una mudanza más, ahora vivo en una kommunalka, en el centro de San Petersburgo. Uso la palabra rusa porque es imposible encontrar un equivalente en español, la más cercana sería comuna, pero sin explicaciones no se entendería el significado.

Es una especie de departamento compartido, pero con algunas curiosidades que vale la pena contar. En principio, cada pieza es autónoma, con su cerradura y medidor de luz. Por ejemplo, cuando uso el lavarropas, que está en el baño, tengo que usar un alargador que atraviesa todo el departamento y lo enchufo en mi pieza, porque en el baño no hay enchufe.

Alquilé la habitación de 20 m2 en pleno centro de San Petersburgo, a 10 minutos a pie de Nevsky prospect, la majestuosa avenida principal de la ciudad. Pago 10.000 rublos por mes (unos 250 euros) más unas chirolas de luz y gas, y comparto baño y cocina con cuatro personas más (cada uno alquila una pieza).
Otro dato sorprendente es que cada pieza puede tener un dueño diferente. Si yo quisiera comprar la habitación que alquilo, me costaría alrededor de 30.000 euros. No necesito ninguna autorización de los otros propietarios. Este tipo de departamentos no tienen living ni ningún espacio de recreación, sólo un pasillo, los cuartos alquilados, el baño y la cocina. El mobiliario suele ser viejo, pero he visto algunos lugares con hermosos muebles de la época zarista, supongo que milagrosamente rescatados y conservados a través de las décadas.




Históricamente, en cada habitación de una kommunalka vivía una familia. Poco a poco se ha ido reduciendo el número de familias que viven en una misma pieza, pero incluso hoy, la cifra es considerable, especialmente en las dos ciudades más grandes de Rusia, Moscú y San Petersburgo. En Moscú quedan alrededor de 20.000 departamentos de este tipo, y acá en San Petersburgo unos 100.000, con alrededor de 700.000 personas viviendo en ellos, o sea, el 15 por ciento de la población de la ciudad. El mismísimo presidente Putin creció en una kommunalka, y si bien dijo que quería erradicar ese tipo de viviendas de su ciudad natal, lejos está de lograrlo; hasta el 2005, el 70 por ciento de los edificios de San Petersburgo eran kommunalkas.


Familia en una kommunalka, ¡con perro y todo! 

En los tiempos de la Unión Soviética, en un departamento como en el que vivo, de cinco habitaciones, a una media de cuatro integrantes por familia, significaba que unas 20 personas tenían que compartir baño y cocina. Eso obligaba a tener en la vivienda un estricto sistema de espacios y horarios, cada familia sabía a qué hora podía ducharse, cocinar, etc. Si a esto se le suma la diversidad social y cultural de los vecinos, no es difícil imaginarse la cantidad de conflictos que existían en la vida cotidiana. Las discusiones entre familias siempre derivaban en un empeoramiento de la calidad de vida. Son varios los casos de kommunalkas sin iluminación en los pasillos, porque en tiempos de vacas flacas, un derroche de electricidad terminaba en una discusión (salvando las distancias, un problema parecido al de algunos PH en Buenos Aires, donde por no pagar expensas las entradas son un desastre). O sea que por las noches, para recorrer los 10 metros hasta el baño a través del pasillo, era habitual alumbrarse el camino con una linterna o vela.

El pasillo, único espacio común, aparte de la cocina y el baño...

Las consecuencias de crecer en este tipo de viviendas son tema de estudio de psicólogos y sociólogos, pero suelen citarse casos de niños que maduraron rápidamente y se volvieron autoritarios debido a sus infancias truncadas, y chicas que se hicieron señoritas antes de tiempo con el afán de cambiar de hábitat lo antes posible.

Por otra parte, hay un aspecto que me parece que no está muy estudiado, y es el de la obsesión de los rusos por tener una dacha, una casa de campo en las afueras de la ciudad. Más allá de la pasión de los rusos por la naturaleza, creo que el hecho podría estar vinculado con la búsqueda de paz tras décadas de falta de intimidad.

Origen

Los departamentos (generalmente en edificios de cuatro o cinco pisos, y raras veces con ascensor) usados como kommunalkas forman parte de dos períodos diferentes en la historia de Rusia. La mayoría de las construcciones tiene alrededor de 150 años, y algunos están en un estado calamitoso. Eso sí, muchos de ellos en pleno centro.

Esta tiene ascensor, un lujo, generalmente no hay.

Después de la revolución de 1917, gran cantidad de viviendas quedaron vacías por la emigración de familias pro zaristas que abandonaron todo escapando de los “Rojos”, y otras tantas del hambre. Pero una década más tarde, el régimen comunista decidió usar esas viviendas imponiendo el sistema de kommunalkas como política de Estado, debido a la crisis habitacional que empezó en Rusia en los años 30 a causa de las colectivizaciones agrarias stalinistas (nacionalización de tierras, o abolición de la propiedad privada, como se lo quiera llamar), cuando se produjo una huida descontrolada y caótica desde zonas rurales hacia las grandes urbes. Pero la idea de “comuna” también responde, obviamente, a la doctrina igualitaria del comunismo, como un espacio de destrucción de las condiciones de vida burguesas. Un departamento de, por ejemplo, cuatro habitaciones para una sola familia, era considerado una inconsistencia. Los casos de revanchismo estaban a la orden del día, los obreros recién llegados a la ciudad recibían las mejores habitaciones, y los ex dueños eran confinados a vivir en cuartos de servicio.  

Las condiciones de hacinamiento tarde o temprano generaban tensiones y discusiones entre vecinos e incluso entre miembros de una misma familia, que eran aprovechadas por los servicios de Inteligencia del stalinismo; las delaciones eran frecuentes, y un comentario fuera de lugar en voz alta podía costarle la vida a alguien.
Las cocinas suelen tener muebles que habitualmente son piezas de museo. 

El poeta ruso Joseph Brodsky, ganador del premio Nobel en 1987, pasó su infancia en una kommunalka, y  escribió: “A pesar de todos los aspectos despreciables de este modo de existencia, un departamento comunal también tiene su lado redentor. Se descubren los valores básicos de la vida, y se desnudan todas las ilusiones sobre la naturaleza humana".
Hay algunos pocos que piensan que la vida en una kommunalka era un buen aprendizaje, no son muchos, pero los hay, quizás en un porcentaje similar al de argentinos que sostienen que la colimba era una buena escuela.

El tema de las kommunalkas fue llevado al cine un par de veces, acá está el tráiler de la última película que se hizo, dirigida por Françoise Huguier:

http://www.youtube.com/watch?v=UTah7tf2iUs

viernes, 4 de enero de 2013

Cómo tomar un taxi en Rusia


Tomar un taxi en Rusia es una de las cosas que más me ha sorprendido. En principio, porque la supremacía de taxis truchos frente a los oficiales es abismal. No tengo los datos de San Petersburgo, donde estoy viviendo, pero sí de Moscú: se calcula que existen 15.000 taxis oficiales y 45.000 ilegales.
Los taxis no son caros. Un taxi oficial desde mi casa al aeropuerto (15 km) cuesta  540 rublos (18 dólares).
El hecho de que en Rusia cualquier auto pueda ser un taxi es un fenómeno que parece haber comenzado en los años 90, cuando el colapso de la Unión Soviética obligó a millones de personas a buscarse la vida de cualquier manera. Desde entonces, ha sido difícil regular el sector.
Un dato curioso es que desde 1917 a 1929, tras la Revolución de Octubre, desaparecieron los taxis en Rusia, porque los autos fueron confiscados para uso del Ejército Rojo y del gobierno.
Para tomar un taxi en Rusia, lo único que hay que hacer es pararse en la calle y hacerles señas a los autos, ¡a todos los autos! Es como viajar a dedo pero dentro de una ciudad, y obviamente pagando.
En pocos minutos se detienen varios coches y se negocia el precio, los regateos duran un par de minutos y más de una vez, un segundo auto se estaciona detrás, esperando “el fracaso de las negociaciones con el primero”. Muchos de los taxistas son de Asia Central, especialmente de Tayikistán, inmigrantes que muchas veces no conocen la ciudad y a los que hay que explicarles cómo llegar. Por supuesto, cuanto mejor uno hable ruso, más barato el precio.
 Los modelos van desde autos modernos hasta los históricos Lada, sobrevivientes de la URSS. El riesgo es cero. En los meses que llevo acá, nunca he oído de alguien que haya tenido una mala experiencia, ni he escuchado un insulto por no llegar a un acuerdo en el precio. Incluso he visto a chicas solas, a las 4 de mañana, subirse a un auto donde ya había otro pasajero. Si el destino es el mismo, no hay problema.
La seguridad en Rusia es envidiable. De hecho, yo vivo en el centro y la puerta de calle de mi edificio no tiene llave, está siempre abierta. De vez en cuando algún borracho se mete y duerme en la entrada, nadie dice nada.  
Leí que en 2012 entró en vigencia una regulación para limitar la cantidad de taxis truchos. Con mi rudimentario ruso se lo comenté a un taxista de Turkmenistán, y me dijo que es imposible, y me lo graficó así: “Si ahora nos para la policía, como este auto no tiene identificación de taxi, no hay forma de demostrar que yo te estoy cobrando, les decimos que somos amigos y listo. ¿Somos amigo, no?, me preguntó poniendo cara de Robert de Niro en Taxi Driver, me guiño un ojo y se rió.  

Taxis en el mundo

A la hora de contar anécdotas sobre viajes en taxi, la mayoría de los taxistas no salen bien parados. Sin embargo, la verdad es que en esa situación potencialmente tensa, donde dos desconocidos que no compartirían un momento de sus vidas en otro ámbito viajan juntos en  un reducido espacio durante un rato, generalmente hay un final feliz –el pasajero llega a destino y el taxista se gana unos mangos-.
Un viaje en taxi en otro país es, habitualmente, una situación en la que existe un alto riesgo de ser estafado, pero raras veces peligrosa más allá del sobreprecio. Al fin y al cabo, matar o violar turistas en gran parte del mundo sería casi como atentar contra la gallina de los huevos de oro.
Sin embargo, los engaños suelen tener distintos ribetes. En Bangkok, por ejemplo, existen los famosos Tuc Tuc (motos viejas convertidas en triciclos con toldos), los conductores ofrecen viajes a precios irrisorios pero en vez de llevarte directamente al lugar indicado, durante el trayecto hacen varias “paradas” en joyerías y sastrerías, te hacen bajar unos minutos para que al menos eches un vistazo y, si el turista muestra un mínimo interés en comprar algo, al tipo le dan unos vales que puede cambiar por combustible.
En India, observé varios casos sobre los conocidos “arreglos” entre taxistas y dueños de hoteles de mala muerte; el taxista ofrece un viaje a un precio muy bajo, y recurriendo a distintas artimañas lleva al pasajero al hotel del amigo. Este truco incluso puede afectar a turistas que ya tienen reservado un hotel, porque, por ejemplo, si vas a Agra, la ciudad donde está el Taj Mahal,  y le decís al rickshaw “llevame al hotel Gandhi”, que está recomendado por una guía de viajes, el tipo te lleva efectivamente al Gandhi, pero no al que vos querías, sino a un hotel con el mismo nombre creado especialmente para “cazar” turistas que se basan en las recomendaciones de guías de viaje.
En New York, a una amiga el taxista le trabó la puerta tras haber pagado, y no la dejó bajar hasta que le dio una propina. En Cuba, lo que importa no es el precio sino el placer de hablar con un cubano en un lugar donde nadie lo puede escuchar, y en Buenos Aires, se sabe, son innumerables los casos de turistas estafados en el viaje desde el aeropuerto al centro. No veo solución al problema hasta que exista un tren que una Ezeiza con el centro porteño. Por otra parte, a favor de los tacheros porteños hay que decir que amenizan los viajes con jugosas conversaciones.
En Colombia, me sorprendió la honestidad de los taxistas y me gustó  el sistema del aeropuerto de Bogotá (hay una ventanilla, indicás el destino, te dan la tarifa, te asignan un auto, y se le paga al conductor la tarifa prefijada al llegar a destino).
En China y Japón casi todos los taxis tienen tv, pero los taxis japoneses tienen un detalle: la puerta del pasajero se cierra y abre automáticamente.
En Alemania pasé siete años y no tengo ninguna anécdota ni recuerdo de viajes en taxi, lo que ratifica la teoría que demasiado orden puede llevar al aburrimiento y la depresión. 



Tuc Tuc en Bangkok.

Taxi en Tokyo.


Rickshaws en Jaipur, India.

miércoles, 2 de enero de 2013

2013 en Rusia

Después de varios meses sin escribir, retomo el blog. Como bien me hizo ver un amigo, el paso del tiempo hace que se pierdan o desvanezan algunas vivencias, y si de vivencias hablamos, pasar un invierno en Rusia no es moco de pavo.
Siempre le doy vueltas al tema de lo que merece ser contado en un blog, qué calidad y contenido deben tener esas líneas que le robarán unos minutos al amigo lector. Pero parece que no se trata de eso, que en este tipo de publicaciones reina el pragmatismo, y así como a los Coelho no les tiembla el pulso a la hora de escribir y facturar con libros que ayudan (o pretenden hacerlo) a alcanzar la felicidad, al bloggero poco debe importarle la satisfacción del lector. Al fin y al cabo, a caballo regalado....
Y si de dinero hablamos, pagar no siempre garantiza el placer. No sólo ocurre con los libros (me vienen a la memoria los 400 pesos (mal) gastados -más varias horas hasta completar las casi 1.000 páginas- en "1Q84", la última basura de Murakami. El concepto del pago no garantizador de calidad o placer es aplicable a casi todo: restaurantes, ropa, cines, teatros, e incluso a las putas. Escribo putas y me viene a la mente la célebre frase de aquel extraordinario futbolista norirlandés del Manchester United, George Best: "He gastado mucho dinero en alcohol y mujeres, al resto del dinero, lamentablemente lo he malgastado". Best murió de cirrosis a los 59 años, su país le perdonó excesos y errores y lo homenajeó bautizando con su nombre el aeropuerto de Belfast.

Empecé el 2013 en San Petersburgo, a las 2 de la mañana miles de personas se congregaron cerca del Hermitage, frente al Río Neva, para observar un decoroso show de fuegos artificiales. Todo muy pacífico, con poca pirotecnia, y una cantidad de borrachos muy inferior a la esperada, al igual que el frío, desaparecido hace varios días. El año nuevo comenzó con 2 grados sobre cero, después de haber tenido 20 bajo cero hace dos semanas. El ascenso de la temperatura convierte a la ciudad en más peligrosa y caótica que cuando el "General Invierno" se hace presente, ya que la nieve se derrite y calles y veredas se llenan de
"каша", como le dicen los rusos. каша, metáfora usada para el barro de la nieve derretida, es lo que en inglés se llama porridge y en español, según algunas traducciones, gachas de avena (admito que jamás había escuchado esta palabra hasta que fui a Irlanda, y mis alumnos, cada vez que aprendían vocabulario de comidas, -y desayunaban porridge 365 días por año-, me preguntaban "how do you say porridge in Spanish"?

Las consecuencias de medio metro de nieve que empieza a derretirse son tremendas a la hora de buscar el equilibrio para caminar por veredas convertidas en pistas de patinaje sobre hielo, por no hablar de los pedazos de hielo que caen desde los techos y de vez en cuando matan a algún transeúnte. Se ven muchos cartelitos con la expresión "опасная зона", zona peligrosa. 
La Navidad rusa es el 6 de enero (porque la iglesia ortodoxa usa otro calendario), pero aún así, es mucho menos relevante que el año nuevo.