Llevo un
par de semanas en Ucrania, país interesante que poco a poco intenta alejarse de
Rusia y acercarse a Europa. Ardua tarea.
Casi todo el mundo habla ruso, y aunque una ley declaró al ucraniano idioma
oficial hace un año, muy pocos están dispuestos a privar a sus hijos del
aprendizaje del ruso, un idioma fundamental en la región. Como si eso fuera
poco, el ruso y el ucraniano son muy similares, una persona que sabe ruso
entiende sin problemas un 80 por ciento de ucraniano.
Un dato
llamativo de Ucrania, donde se ven muchas familias con hijos, es que las
estadísticas dicen que debido al alcoholismo y al tabaco, la tasa de mortalidad
supera a la de natalidad.
El país es muy
seguro, pero difícil para quienes no hablan ruso. Los precios son razonables
para turistas y carísimos para los ucranianos. Mucha gente no gana más de 250
euros por mes, un sueldo que equivale a
200 litros de leche. Los alquileres son caros y es bastante común no solamente
compartir departamento, sino también habitación.
Ahora estoy
en Odessa, hermosa ciudad de algo más de un millón de habitantes a orillas del
Mar Negro, repleta de turistas rusos en verano, famosa por la escalinata que
todo amante del cine habrá visto alguna vez en El acorazado Potemkin , o al menos la célebre escena del coche de
bebé rodando escaleras abajo, que aparece en varias películas.
La famosa escalinata de Odessa.
Lo primero que hice cuando llegué a Odessa fue
visitar el puerto, un lugar legendario del que partieron miles de inmigrantes
rumbo a América, entre ellos algunos de mis ancestros. La ciudad tiene un clima
privilegiado, con casi 300 días de sol por año, por eso no extraña que unos
cuantos extranjeros estén invirtiendo en propiedades. La palabra нотариус (escribano) aparece por doquier en la ciudad. Las condiciones impositivas son muy
atractivas y el metro cuadrado en un departamento céntrico apenas supera los
1.000 dólares.
Puerto de Odessa.
El
transporte público (pintorescos tranvías, trolebuses y marshutkas, -especie de minibuses muy comunes en Rusia y ex
repúblicas de la URSS-) funciona aceptablemente,
con boletos que cuestan entre 15 y 25 centavos de dólar. Lo curioso de las marshutkas es el sistema de pago, ya que solamente se abona el
viaje antes de bajar. Como los minibuses suelen ir abarrotados de gente, los
pasajeros que están en la parte trasera, a la hora de pagar, no pueden llegar
hasta el conductor (que maneja y cobra), así que la costumbre es que los
pasajeros vayan pasando las dos grivnas con cincuenta, con un mensaje que se transmite de boca en boca para indicar el nombre de la parada donde piensa bajar por la puerta trasera. Muchas
veces el chofer tiene que darles vuelto, así que se repite el proceso en
recorrido inverso con los billetes que pasan de mano en mano. Creo que nadie se
baja sin pagar, cosa que resultaría bastante fácil.
A ningún
pasajero le dan boleto. Esta quizás sea, desde un punto de vista impositivo, la
razón del extraño sistema, ya que no queda ningún registro de la cantidad de gente
transportada.
Tranvía de Odessa.
En los
tranvías y trolebuses, el sistema es distinto. Aparte del que maneja (generalmente mujeres) siempre
hay un “cobrador”. Curiosamente, y debido a esos inexplicables desvaríos de los
idiomas, la palabra rusa para esta función es кондуктор
-conductor-, que en este caso no conduce, sólo se limita a cobrar. Casi todas las
personas que hacen este trabajo son mujeres mayores, que a veces parecen
jubiladas, trabajo duro en las horas pico, ya que deben desplazarse constantemente
para ir cobrándoles a los pasajeros recién ascendidos.
Che, da para comprar un departamentito en Odessa eh... tobara y 300 días de sol. El único problema es que tendría que apurarme porque con esa tasa de mortalidad, parece medio yeta..
ResponderEliminarExtrañaba el blog!
Siga drug!
Beso!
Jesi